Preguntas y Dudas


CONTENIDO 



A. Preguntas acerca de Dios                                                 
A 1:   ¿Cómo puedo saber que hay un Dios?                   

A 2:   ¿Dónde está Dios?                                                    

A 3:   ¿Qué significa la palabra Dios D.I.O.S.?             

A 4:   ¿Por qué no podemos ver a Dios?                          

A 5:   ¿Cómo  podemos  conciliar  la  noción  de un Dios de amor con tanta angustia sobre esta tierra? ¿Por qué permite Dios el sufri-
miento?                                                                    
A 6:   ¿No tiene Dios la culpa de todo?                            

A 7:   En  los  tiempos  del  Antiguo  Testamento, Dios hace exterminar a pueblos enteros por la guerra; en cambio, en el Sermón del Mon- te está escrito «Amad a vuestros enemigos».
¿Es el Dios del AT diferente al del NT?                   
A 8:   ¿Ha creado Dios el mal?                                          

A 9:   ¿Puede Dios aprender?                                            

A 10: ¿Existió Jesús verdaderamente?  ¿Es Él el
Hijo de Dios?                                                           

A 11: ¿Cuál  es la relación  entre  Dios  y Jesús?
¿Son una sola persona?  ¿Tiene el uno un rango más elevado que el otro? ¿A quién
debemos orar?                                                           


RESPUESTAS : 







A. Preguntas acerca de Dios



A. 1:  ¿Cómo puedo saber que hay un Dios?

No existe en la tierra ninguna nación o tribu que no crea de algu- na forma en un dios, un espíritu o un ser superior. Incluso las tri- bus más aisladas de la jungla que jamás han tenido contacto con otras culturas y ni mucho menos con el evangelio, creen en un dios. ¿Cómo explicar este hecho? Todos tenemos la facultad de razonamiento  que partiendo  de las maravillas  de la creación visible nos permite deducir que tiene que haber un Creador invi- sible. ¿Quién podría creer que un coche, un reloj, o aun un botón o un sencillo clip se hayan hecho solos? Por eso el apóstol Pablo escribe en el Nuevo Testamento: «Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen clara- mente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Ro 1:19-20). La creación, sin embargo, sólo nos habla de la existencia de Dios y podemos deducir su poder y abundancia de ideas, pero no su carácter, (por ejemplo, su amor, vida, miseri- cordia, bondad). Para esto nos es dada la Biblia.


A. 2:  ¿Dónde está Dios?

Según nuestra humana manera de pensar intentamos localizar a Dios en el espacio. Por eso hallamos en las mitologías paganas de la Antigüedad y en el neopaganismo semejantes localizacio- nes. Los griegos creían que sus dioses habitaban en el monte Olimpo y los germanos los localizaban en el Walhalla. El astró- nomo francés Laplace dijo: «He sondeado todo el universo, pero en ninguna parte he encontrado a Dios». Algo similar comenta- ron los cosmonautas soviéticos: «Durante mi vuelo no me he encontrado con Dios» (Nikolaev en 1962 a bordo de la nave espacial Vostok III). A la luz de la Biblia, todas esas afirmacio-

nes son completamente erróneas, porque Dios está por encima de las dimensiones. Él, que creó el espacio no puede ser parte del mismo. Más aún, Él penetra cada parte del espacio; él es omnipresente. Esto se lo explicó Pablo a los paganos de Atenas:
«Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hch 17:28). El Salmista afirma la misma realidad cuando exclama: «Detrás y delante me rodeaste, y sobre pusiste tu mano… ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estra- do, he aquí allí tu estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra» (Sal 139:5, 7-10), ¡Qué elocuente testimonio de que Dios lo rodea y penetra todo! El concepto matemático de espa- cios pluridimensionales (el nuestro tiene tres dimensiones) pue- de ayudarnos a contestar a la pregunta: ¿Dónde está Dios? El espacio de n dimensiones es sólo un subconjunto del espacio de (n+1) dimensiones. Por consiguiente, el espacio de cuatro dimensiones, por ejemplo, no puede caber en el espacio de tres dimensiones, pero lo penetra totalmente. La Biblia testifica de esta verdad cuando dice: «Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener» (1 R 8:27).


A. 3:  ¿Qué significa la palabra Dios D.I.O.S.?

La palabra «Dios» no es un acrónimo; no está formado por la primera letra de varias palabras, como lo es la palabra OVNI (Objeto Volador  No Identificado).  Dios se ha revelado  a los hombres una y otra vez con nuevos nombres que con su signi- ficado describen su naturaleza.  He aquí algunos de sus nom- bres, con la referencia de su primera mención en la Biblia:

Elohim (Gn 1:1): Dios – forma plural con un verbo en singu- lar; para expresar la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Eloah; Este nombre se encuentra  41 veces en el libro de Job; por lo demás aparece raras veces; Dios – la forma sin- gular de Elohim.

El (Gn 33:20). Significa «Dios, el Todopoderoso».
El-Olam (Gn 21:33): «Dios Eterno».
El-Shaddai (Gn 17:1): «Dios todopoderoso».
El-Roi (Gn 16:13): «Dios que me ve».
Yahvé  (Gn  2:4,  conforme  a Éx  3:14-15):  «YO  SOY  EL QUE SOY».
Yahvé-Rafah (Éx 15:26): «el Señor tu sanador». Yahvé-Nissi (Éx 17:15): «el Señor mi bandera». Yahvé-Jireh (Gn 22:13-14): «el Señor proveerá». Yahvé-Shalom (Jue 6:24): «el Señor es paz».
Yahvé-Sidkenu (Jer 23:6): «el Señor justicia nuestra». Yahvé-Shammah (Ez 48:35): «el Señor está allí». Yahvé-Roi (Sal 23:1): «el Señor es mi pastor».
Yahvé-Sebaoth (1 S 17:45): «el Señor de los ejércitos». Adonai: (Gn 15:2): «Mi Señor» (134 veces en el Antiguo Testamento).  (Abraham  Meister:  Biblisches  Namenlexi- kon [Diccionario bíblico de nombres], Pfäffikon, 1970)

A. 4:  ¿Por qué no podemos ver a Dios?

Adán  y Eva, los primeros  seres  humanos  creados  por Dios, vivían en comunión con él, de modo que podían verle cara a cara. Por su caída, el hombre se separó de Dios. Es un Dios santo que odia todo pecado, por esta razón esa comunión origi- nal terminó. Dios «habita en luz inaccesible» (1 Ti 6:16); por eso no le volveremos a ver de nuevo hasta que después de la muerte entremos en la casa del Padre. Jesús es el único camino que conduce allí. «Nadie viene al Padre sino por mí» (Jn 14:6).


A. 5:  ¿Cómo podemos conciliar la noción de un Dios de amor con tanta angustia sobre esta tierra? ¿Por qué permite Dios el sufrimiento?

Antes de la caída no había muerte, ni sufrimiento, ni dolor, ni nada de aquello que hoy nos causa tanta ansiedad. Dios había dispuesto todas las cosas para que el hombre pudiese vivir bajo condiciones ideales. Pero el hombre escogió libremente seguir

sus propios caminos que le alejaron de Dios. No podemos expli- car por qué Dios otor al hombre tan amplio radio de libertad. Pero constatamos que el que se aparta de Dios termina en la miseria. Esta experiencia amarga la hacemos hasta el día de hoy. Algunas personas tienden a echarle a Dios la culpa. Sin embar- go, deberíamos recordar que el promotor no es Dios, sino el hombre. Si conduciendo de noche por la autopista apagamos las luces y por esta causa tenemos un accidente, no podemos culpar al fabricante del coche. El constructor ha equipado el coche con todo lo necesario para la iluminación; si la apagamos delibera- damente, somos nosotros los únicos responsables. «Dios es luz» (1 Jn 1:5). Si nosotros nos vamos a las tinieblas separándonos de Dios, no se lo reprochemos al Creador que nos creó para vivir cerca de él. Dios es y seguirá siendo un Dios de amor, porque ha hecho algo inconcebible: dio a su único Hijo para rescatarnos de la situación desesperada en la cual nosotros mismos nos había- mos metido. Jesús dijo, hablando de sí mismo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Jn 15:13). ¿Existe mayor amor? Nunca se ha consumado una obra mayor en favor del hombre que la que ocurrió en el Gólgo- ta; la cruz es, por lo tanto, culminación del amor divino.

Seamos o no creyentes, vivimos todos en un mundo caído; el sufrimiento, bajo todas sus formas conocidas, forma parte inte- grante del mismo. No tenemos ninguna explicación para el sufrimiento  individual.  ¿Por qué a uno le va bien y a otro le sobrevienen calamidades y graves enfermedades? Y a menudo sucede que el creyente incluso tiene que sufrir más que el incrédulo, como observa el salmista:

«Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tiene congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los demás mor- tales, ni son azotados como los demás hombres» (Sal 73:3-5).

Pero termina  encuadrando  correctamente  su aflicción  indivi- dual que no considera como castigo por su propio pecado. No está airado con Dios; al contrario, se aferra aún más a Él.

«Con todo, yo siempre  estuve contigo;  me tomaste  de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo y después me recibirás en gloria. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siem- pre» (Sal 73:23-24, 26).


A. 6:  ¿No tiene Dios la culpa de todo?

Cuando, después de la caída, Dios pidió cuentas a Adán, éste señaló hacia Eva: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Gn 3:12). Cuando  Dios luego se dirigió a la mujer, ésta también echó la culpa de diciendo:
«La serpiente me engañó y comí» (Gn 3:13). En lo que respec- ta a nuestra culpa, manifestamos  un comportamiento  extraño: siempre echamos lejos de nosotros la culpa, hasta que al final declaramos a Dios culpable de todo. Pero, sucede lo inimagi- nable: en Jesús, Dios tomó sobre sí toda la culpa. «Al que no conoció pecado (=Jesús), por nosotros lo hizo pecado» (2 Co
5:21). El juicio de Dios sobre el pecado del mundo se descarga en el Hijo de Dios. El anatema es lanzado contra él con toda vehemencia: durante tres horas el país queda envuelto en tinie- blas, y el Crucificado es realmente abandonado por Dios. Cris- to «se dio a sí mismo por nuestros pecados» (Gá 1:4) para que nosotros  podamos  salir  absueltos.  Este  es  el  manifiesto  del amor de Dios. No hay mejor mensaje que el evangelio.


A. 7:  En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios hace exter- minar  a pueblos  enteros  por la guerra;  y en el Sermón  del Monte está escrito «Amad a vuestros enemigos». ¿Es el Dios del AT diferente al del NT?

Algunas personas piensan que en el Antiguo Testamento Dios es un Dios de ira y venganza y que en el Nuevo es un Dios de amor. Esta opinión se puede rebatir fácilmente con las dos citas siguientes del AT y del NT: En Jeremías 31:3, en el AT, Dios dice: «Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi

misericordia», y en el NT leemos en Hebreos 10:31: «¡Horren- da cosa es caer en manos del Dios vivo!».

Dios es tanto el Dios de ira frente al pecado, como el Dios de amor con respecto a aquel que se arrepiente. El Antiguo Testa- mento y el Nuevo dan ambos este testimonio de Dios, porque Dios es siempre  el mismo.  «En el cual no hay mudanza,  ni sombra de variación» (Stg 1:17). De la misma manera el Hijo de Dios jamás ha cambiado en su naturaleza: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (He 13:8).

La Biblia abunda en ejemplos de cómo Dios juzga el pecado en los hombres y de como, por otra parte, guarda a los suyos. En el diluvio, la humanidad entera pereció por su maldad y sólo ocho personas se salvaron. De la misma manera se perderá la mayor parte de la humanidad en el Juicio Final, porque andu- vieron por el camino ancho de la perdición (Mt 7:13-14). Dios había dado a su pueblo Israel la tierra prometida, pero durante la salida de Egipto los amalecitas  atacaron la retaguardia  del pueblo. En Deuteronomio  25:17-19, Dios anuncia el extermi- nio de los amalecitas como juicio; que Saúl más tarde, tuvo que llevar a cabo por orden de Dios (1 S 15:3). En la época del NT Dios mató a Ananías y Safira, porque no dijeron toda la verdad (Hch 5:1-11). Estos ejemplos  nos enseñan que Dios se toma más en serio cada pecado de lo que nosotros pensamos. En esto Dios tampoco ha cambiado. Él odia todo pecado y juzgará toda iniquidad. También hoy podría destruir a naciones enteras. Los alemanes han pecado gravemente contra Él al concebir y eje- cutar el programa radical de exterminio contra su pueblo Israel durante el Tercer Reich. La división de Alemania durante 40 años y la pérdida de los territorios del Este han sido manifiesta- mente un juicio contra esta nación por ese pecado. Dios podría haber destruido al pueblo alemán entero, pero su misericordia fue tan grande que no lo hizo; quizás también por los creyentes que sigue habiendo entre el pueblo alemán. Sodoma y Gomo- rra no habrían sido sepultadas bajo la lluvia de fuego si hubiese habido al menos diez justos allí (Gn 18:32). Si el juicio no lle- ga siempre de inmediato, es a causa de la gracia de Dios. Pero

el día viene en que cada cual deberá dar cuenta de su vida, tan- to los creyentes (2 Co 5:10) como los incrédulos (He 9:27; Ap
20:11-15).


A. 8:  ¿Ha creado Dios el mal?

En la primera epístola de Juan leemos que «Dios es luz, y no hay tinieblas en él» (1:5). Dios es absolutamente puro y perfec- to (Mt 5:48), y los ángeles  proclaman:  «Santo,  santo, santo, Jehová de los ejércitos» (Is 6:3). Él es «El Padre de las luces» (Stg 1:17), de modo que el mal jamás puede provenir de Él. La Biblia relaciona el origen del mal con la caída de Satanás, que en otro tiempo fue un querubín, un ángel de luz, y que quiso llegar a ser «semejante al Altísimo» (Is 14:14). El profeta Eze- quiel describe su orgullo y su caída:

«Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multi- tud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecas- te; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras de fuego, oh querubín protector. Se enalte- ció tu corazón...; yo te arrojaré por tierra …» (Ez 28:15-17).

Por sucumbir a la tentación, la primera pareja humana cayó bajo la esclavitud del pecado. De este modo, el mal halló entrada en esta creación. Es evidente que Satanás logró de este modo su poderío sobre este mundo: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, con- tra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef 6:12).


A. 9: ¿Puede Dios aprender?

Por definición, aprender es adquirir conocimiento anteriormen- te desconocido. Como Dios sabe todas las cosas (Sal 139:2; Jn
16:30) no existe nada nuevo que Él pudiera aprender.  Como

Señor del tiempo y del espacio, Él conoce igualmente lo pasado y lo porvenir. Nosotros, sin embargo, seguimos aprendiendo. Dios en su omnisciencia, en la Biblia nos revela acontecimien- tos futuros por medio de las profecías allí escritas.


A. 10: ¿Existió Jesús verdaderamente? ¿Es Él el hijo de Dios?

El anuncio de la venida de Jesús a este mundo forma parte de las profecías más destacadas.  El Antiguo Testamento  predice de  manera  detallada  su  lugar  de  nacimiento  Belén  (Mi  5:1
 Lc 2:4), su linaje (2 S 7:16  Mt 1:1-17), su doble filia-
ción: divina (Sal 2:7; 2 S 7:14  He 1:5) y humana (Dn 7:13
 Lc 21:27), su ministerio (Is 42:7  Jn 9), la razón de su
misión (Is 53:4-5  Mr 10:45), su entrega a traición por 30
piezas de plata (Zac 11:12  Mt 26:15), sus sufrimientos y su
muerte  en  la  cruz  (Sal  22   Lc  24:26),  y su  resurrección
(Os 6:2  Lc 24:46). El claro lapso de 400 años que separa el
último libro del AT de la época del NT, da un peso particular- mente impresionante a las profecías cumplidas sobre Jesucris- to, en conexión con la pregunta arriba planteada. También hay fuentes históricas además de la Biblia que testifican de la vida de Jesús,  como  por  ejemplo,  Tácito,  el historiador  romano; Suetonio,  secretario  romano del emperador  AdrianoTalo, el procónsul de Bitinia en Asia Menor, y otros más. Como ejem- plo citaremos al conocido historiador judío Flavio Josefo, naci- do en el año 37 de nuestra era:

«Ahora, había alrededor de este tiempo un hombre sabio, Jesús, si es lícito llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a a muchos de los judíos y de los gentiles. El era el Cristo; y cuando Pila- to, a sugerencia de los principales entre nosotros, le condenó a ser crucificado, aquellos que le amaban desde un princi- pio no le olvidaron, pues se volvió a aparecer vivo al tercer día; exactamente como los profetas lo habían anticipado y cumplido otras diez mil cosas maravillosas  respecto de su

persona que también habían sido anunciadas por anticipado. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente» (“Antigüedades de los Judíos”, XVIII.3.3.).

Dios mismo confirma que Jesús es su Hijo (en su bautismo: Mt
3:17; en el monte de la transfiguración:  Mr 9:7), y el ángel anuncia  su  nacimiento  como  Hijo  del  Altísimo  (Lc  1:32). Durante  el interrogatorio  ante  el concilio,  el mayor  consejo gubernamental y judicial en Israel (= los sumo sacerdotes, ancianos y escribas) bajo la dirección del sumo sacerdote Cai- fás, (Mt 26:63-64, Mr 14:61-62 Lc 22:70), el Señor Jesús testi- fica que es el Hijo de Dios. Igualmente  lo testifican los más diversos hombres y mujeres de la Biblia:

–   Pedro:  “Tú  eres  el  Cristo,  el  Hijo  del  Dios  viviente” (Mt 16:16).
–   Juan:  Todo  aquel  que  confiese  que  Jesús  es el Hijo  de
Dios, Dios permanece en él y él en Dios” (1 Jn 4:15).
–   Pablo: Vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gá 2:20).
–   Marta de Betania: Yo he creído que eres el Cristo, el
Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Jn 11:27).
–   Natanael: “Rabí, eres el Hijo de Dios” (Jn 1:49).
–   El centurión romano presente en la crucifixión: Verdadera- mente éste era Hijo de Dios” (Mt 27:54).
–   El ministro etíope de finanzas: “Creo que Jesucristo es el
Hijo de Dios” (Hch 8:37).

También el diablo sabe que Jesús es el Hijo de Dios (Mt 4:3, 6) y los  demonios  tienen  que  reconocerle  como  Hijo  de  Dios (Mt 8:29).

El hecho de que Jesús es el Hijo de Dios era una piedra de tro- piezo   para   los   fariseos   y   sumo   sacerdotes   de   entonces (Mr 14:53-65) y también para el pueblo exasperado (Jn 19:7); y hasta el día de hoy es algo inaceptable tanto para judíos como para musulmanes.  Pero Él no puede  ser nuestro  Redentor  y Salvador si sólo fue un «hermano»  (Shalom Ben Chorin), un

«hijo entre los hijos» (Zahrnt), un hombre ejemplar o un refor- mador social; lo es sólo porque él es verdaderamente  el Hijo del Dios Viviente (Mt 16:16).


A. 11: ¿Cuál es la relación entre Dios y Jesús? ¿Son una sola persona? ¿Tiene el uno un rango más elevado que el otro? ¿A quién debemos orar?

Con nuestra mente limitada no podemos comprender a Dios. Él está fuera del espacio, fuera del tiempo y es insondable.  Por eso ya el primer mandamiento nos prohibe hacernos cualquier imagen  visible de Dios. Sin embargo,  Dios “no se dejó a sí mismo sin testimonio” (Hch 14:17); Él se ha revelado a noso- tros. Él es, a la vez, Uno y Trino.

1.  Dios es Uno; no existe otro Dios aparte del Dios de Abra- ham, de Isaac y de Jacob (Ex 3:6). «Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de no hay Dios» (Is 44:6); «Antes de no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová y fuera de no hay quien salve» (Is 43:10-11). De ahí el segundo mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éx 20:3). Las representaciones de Dios que todas las reli- giones se han hecho son vanas: «Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos» (Sal 96:5). «Viento y vanidad son sus imá- genes fundidas» (Is 41:29).

2.  Dios  es Trino; Al mismo  tiempo  Dios  se nos manifiesta como Uno en tres personas. No se trata de tres dioses diferen- tes, sino de una armonía perfecta entre voluntad, obra y natura- leza de Dios, como lo afirma la Biblia en muchos lugares (p. ej.
1 Co 12:4-6; Ef 1:17; He 9:14). De este Dios trino se habla de tres maneras,  distinguiendo  tres personas:   Dios el Padre – Jesucristo  el Hijo de Dios y el Espíritu  Santo. Esto queda muy  claro  en  el  mandamiento  de  bautizar  a  los  discípulos según Mt 28:19. La palabra «Trinidad» (del lat. trinitas = tres) que no aparece en ninguna parte de la Biblia, es el esfuerzo humano de captar este misterio divino con una palabra.

En Jesús, Dios se hizo hombre. «Y aquel Verbo se hizo carne» (Jn 1:14). Dios se hizo visible, audible y palpable (1 Jn 1:1) y accesible por medio de la fe (Jn 6:69). Dios nos envió a su Hijo y lo puso “como propiciación por medio de la fe” (Ro 3:25). Jesús, por lo tanto, cumple una función muy especial en favor nuestro. Solamente  poseemos  la fe que salva, si creemos en Jesús. Él murió en la cruz por nosotros, expió nuestro pecado y nos compró por un alto precio (1 P 1:18), por eso debemos invo- carlo a Él para ser salvos (Ro 10:13). Por medio de Jesús tene- mos libre acceso al Padre (Jn 14:6), y como hijos podemos decir
«Abba, Padre» (Ro 8:15). Jesús es el Hijo de Dios, tiene la mis- ma naturaleza que el Padre: «Yo y el Padre uno somos» (Jn
10:30), por eso pudo decir: «El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre» (Jn 14:9). En presencia del Resucitado, Tomás reconoce:
«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20:28). La divinidad de Jesús y su naturaleza idéntica a la del Padre se expresan también en los siguientes títulos y obras iguales: ambos son Creador (Is 40:28 Jn 1:3), Luz (Is 60:19-20 Jn 8:12), Pastor (Sal 23:1 Jn 10:11), el Primero y Último (Is 41:4 Ap 1:17), Perdonador de pecados (Jer 31:34 Mr 2:5), Creador de los ángeles (Sal 148:5 Col
1:16), adorados por ángeles (Sal 148:2 He 1:6). También Fili- penses 2:6 enfatiza la igualdad de Jesús con el Padre. Haciéndo- se hombre, Jesús tomó forma de siervo; aquí vivió en completa dependencia del Padre y le obedeció en todas las cosas. En este contexto de la humanidad de Jesús vemos claramente que Él se subordinó al Padre: De igual manera que el marido es la cabeza de la mujer, Dios es la cabeza de Cristo (1 Co 11:3). Pero ahora el Señor Jesús está a la diestra de Dios y es «la imagen misma de su sustancia» (He 1:3). El Padre ha dado al Hijo toda potestad en el cielo y en la tierra (Mt 28:18), también le ha dado todo el jui- cio (Jn 5:22), «porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies» (1 Co 15:27). Finalmente se nos dice que «luego que todas las cosas le estén sujetas [=a Jesús], entonces también el Hijo mismo le sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Co 15:28).

El Espíritu Santo también se nos presenta como persona divi- na, pero con una misión diferente de la del Hijo de Dios. Él es

nuestro Consolador (Jn 14:26) y nuestro abogado; él nos revela la verdad de la Biblia (Jn 14:17); intercede por nosotros delan- te de Dios (Ro 8:26); sin él, no seríamos capaces de reconocer a Jesús como nuestro Salvador y Señor (1 Co 12:3b).

La oración: Jesús enseñó a sus discípulos –y por consiguiente a nosotros  también–  a orar al Padre (Mt 6:9-13).  Cuando  el apóstol Juan, sobrecogido de temor, ante el poder del ángel se postró en tierra para adorarle, éste se lo impidió rotundamente, diciéndole: «Mira, no lo hagas porque soy consiervo tuyo … Adora a Dios» (Ap 22:9). De la misma manera es posible diri- girse en oración a Jesús y no sólo es posible, sino que desde su venida a este mundo es además un mandamiento. Jesús mismo declaró a sus discípulos: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre» (Jn 16:24); y «si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14:14). Todo nuestro hablar y obrar – lo que inclu- ye también nuestras oraciones está resumido en Colosenses
3:17: «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él». Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Ti 2:5), y por eso podemos dirigirnos a Él en ora- ción. Esteban, el primer mártir, nos es descrito como «lleno del Espíritu Santo» (Hch 7:55). Su oración a Jesús quedó conser- vada: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7:59). Aún mien- tras Jesús vivió en la tierra, Jesús fue adorado como Dios y Él lo aceptó: el leproso (Mt 8:2), el ciego de nacimiento (Jn 9:38), y los  discípulos  (Mt  14:33)  se  postraron  ante  Él.  Según  la Biblia, esta actitud expresa la forma más elevada de adoración y veneración.  En  la  Biblia,  sin  embargo,  no  hay  referencia alguna que indicara que se ore al Espíritu Santo.


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